lunes, 12 de septiembre de 2016

La verdad en los sueños

Como hijos de una misma generación compartimos sueños. ¿Son acaso los sueños  construcciones culturales colectivas o elecciones personales?
Desde que nacemos nos encontramos interactuando con otras personas. Nuestros primeros vínculos son los familiares, luego encontramos nuestros pares en la escuela o en el barrio, y al llegar al mundo adulto, contamos con la posibilidad (hoy más que nunca) de entablar relación con cualquier persona alrededor del mundo.
    A lo largo de ese camino construimos nuestra identidad, creamos nuestra historia y desarrollamos nuestra personalidad en base a las experiencias vividas y a la manera en que las atravesamos. ¿Cuánto de nuestro pasado determina nuestros sueños presentes? ¿Cuán reales son?¿Somos conscientes a la hora de elegirlos?¿Somos responsables con ellos?
Para el filósofo francés Jean Paul Sartre la libertad implica una responsabilidad. Según su teoría no debemos buscar culpables externos que condicionan nuestros actos sino que somos nosotros quienes los determinamos. En su manifiesto El existencialismo es un humanismo afirma: “Pero si verdaderamente la existencia precede a la esencia, el hombre es responsable de lo que es. Así, el primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es, y hacer recaer sobre él la responsabilidad total de la existencia.(...) Soy responsable por mí mismo y por todos, y creo una cierta imagen del hombre que yo elijo; eligiéndome, elijo al hombre.”
En Introducción al Budismo Zen, D.T. Suzuki explica “La idea básica del Zen es entrar en contacto con el accionar interior de nuestro ser, y efectuar esto del modo más directo posible, sin recurrir a nada externo ni superimpuesto. Por lo tanto, el Zen rechaza cuanto se parezca a una autoridad externa. Se deposita fe absoluta en el propio ser interior del hombre. (...) El hecho central de la vida como se la vive es lo que el Zen pretende captar, y esto de la manera más directa y vital. El Zen se profesa como espíritu del Budismo, pero de hecho es el espíritu de todas las religiones y filosofías. Cuando se entiende integralmente el Zen, se alcanza absoluta paz mental y el hombre vive como debe vivir.”
En una entrevista realizada al psiquiatra suizo Carl Jung y registrada en el documental “El mundo Interior” él explica: “El mandala es un arquetipo muy importante, es el arquetipo del orden interior. Y siempre se usa en ese sentido, y sea para hacer la disposición de los muchos, muchos aspectos del universo, el esquema del mundo o el esquema de nuestra propia psiquis. (...) El mandala es una típica forma de arquetipo, es lo que se llama en aritmética la cuadratura del círculo, el cuadrado en el círculo o el círculo en el cuadrado. Y es un símbolo antiquísimo que va hasta la prehistoria del hombre, aparece en toda la tierra y expresa a la deidad o al yo. Somos totalidad, a la que llamo el Yo. Si...ese término para la totalidad, pero no soy total en mi ego, mi ego es un fragmento de nuestra personalidad. Así que el centro de un mandala no es el ego, es toda la personalidad.”
El matemático y filósofo francés René Guénon, dedicó gran parte de su vida al estudio de las doctrinas y religiones orientales, a la metafísica y al conocimiento del espíritu. En el artículo “Cosmogonía perenne: el simbolismo de la rueda” Federico González cita el pensamiento de Guénon para referirse al centro o eje: “El centro es, ante todo, el origen, el punto de partida de todas las cosas, es el punto principal, sin forma ni dimensiones, por lo tanto indivisible, y, por consiguiente, la única imagen que pueda darse de la Unidad Primordial. De él, por irradiación, son producidas todas las cosas, así como la unidad produce todos los números sin que por ello su esencia quede modificada o afectada en manera alguna”.
Me pregunto si soñar y desear son la misma cosa. Entiendo al deseo como al motor que impulsa la propia existencia, tal vez el sueño sea la llama que lo enciende.¿Entonces hay en la Tierra hombre o mujer que no posea ningún sueño, cuya llama se encuentre extinta? O ¿existe, por caso, soñador que los haya cumplido todos?¿Hay un límite de sueños que desear o más bien se reproducen incesantemente a lo largo de la vida?
    Entonces pienso qué debo elegir: conformarme o vivir inconforme. Una existencia en la que nunca llegamos a puerto resulta un tanto agotadora, al mismo tiempo que una sin anhelos me ahoga en rutinas. Si conformarse es aceptar voluntariamente algo que consideramos insuficiente e inconformarse es que nada nos resulte suficiente para satisfacer nuestras ilusiones, creo que en verdad lo que deberíamos hacer es conformar: dar forma, constituir, dar cimientos a nuestro mundo interior. Así cumplir nuestros sueños tendría un fin profundo y verdadero, cada uno de ellos conformaría un paso que, al encadenarlo al anterior y al siguiente se haría parte de un gran sendero.

¿Cuál es la naturaleza de mis sueños?¿de dónde nacen?
Me siento fluir en el mundo de las ideas, ese es el lugar donde soy, donde puedo re-conocerme. Mi sueño es vivir en el sueño, y mi búsqueda es crear el sueño en la tierra.
Antes se me hacía difícil caminar por el mundo, por mucho tiempo fue un gran impedimento para mostrarme auténtica. Solía cubrirme de verdades ajenas, teñirme de realidad y dejar las fantasías en las ficciones. Tenía que adecuarme al mundo, dejar de pensar tanto, ser normal. Me obligaba a la felicidad constante, pero no había encontrado paz ni equilibrio.
En algún momento me fue vital romper con la idea de Dios, rechazar la visión de Él como algo externo a mí que debía aceptar sin comprender. Estaba enojada, todo aquello que me habían enseñado se desmoronaba en mis manos: el hombre no era esencialmente bueno, crecer me había mostrado las consecuencias del odio y la injusticia en el mundo, y el hecho de seguir pidiendo a Dios que nos salvara me parecía ridículo.
Olvidé mis sueños y culpé al mundo por ello. Me sentí atrapada en un sistema que no había elegido, pero del que sin dudas formaba parte, aunque fuera por herencia. Me negué a mi misma, intenté adaptarme y hasta logré momentos de alegría. Me sentía una víctima, pero más bien era una cobarde. ¿Qué estaba haciendo yo por transformar esa realidad que tanto me ofuscaba? ¿Cómo colaboraba para que el mundo fuera un lugar mejor?
La queja me había llevado a un lugar oscuro, un lugar inmóvil, pesado y denso en el que la llama de ningún sueño podría dar cuerda al deseo. Hoy siento que debía encontrarme en ese sitio para enfrentar mi sombra, reunir las piezas esparcidas de mí misma, abrir la consciencia a nuevos conocimientos y re-crear mi imagen de Dios.
Me amigué con Él en el momento en que comprendí que las respuestas no se encontraban afuera. Dios, la energía, la fuerza universal, la naturaleza, el amor y el arte eran la misma cosa: la potencialidad de nuestros actos, nuestra elección constante, la dirección dónde decidimos dirigir nuestros sueños. Es la luz del sol por la mañana y la oscuridad de la noche.
Un día volví a Dios, cuando pude verlo dentro de mí y re-encontrarlo en la mirada del otro. Creo que todo aquel que se pregunta encuentra en sí mismo la esencia divina, incluso Sartre en su existencialismo. Para mi los sueños, el deseo, el Zen, el Yo o el Eje de la Rueda son expresiones de una misma cosa: el hombre conoce su verdad sagrada y es a través de la cultura que manifiesta ese saber metafísico, recreando su mito.