viernes, 30 de octubre de 2015

La Plata, cronología de una cultura bipolar

          Gestar

parir,
crear lo nuevo.
dar a luz,
dar luz.
haber donde no había.
acabar de aparecer.
nacer
salir del vientre.


La ciudad de La Plata, desde su construcción como capital de la provincia, estuvo asociada a la cultura administrativa, cuna del empleado público, al que suele identificarse con un rol pasivo-estático. Si bien en el ámbito estatal, existe una oferta cultural interesante, tanto provincial como municipal (el Instituto Cultural, el Teatro de la Comedia, el Teatro Argentino, el Pasaje Dardo Rocha o el Centro Cultural Islas Malvinas), sus propuestas siempre rondan el mismo círculo social y la participación de los agentes culturales de la ciudad no está totalmente democratizada.
    Sin embargo, hace ya varios años, luego de la crisis del 2001, lentamente comenzó un proceso de expansión cultural, de pequeños espacios independientes que abrieron camino a las cooperativas de trabajo y a la difusión de la creatividad en toda su diversidad que hasta ese momento había quedado vulnerada por las políticas neoliberales de los 90 y la alabanza a los modelos culturales importados.
Desde esos días hasta hoy, han florecido en la ciudad centros culturales, ciclos alternativos, eventos y festivales. ¿Qué representan para mi estos espacios autogestionados? Representan la independencia de los poderes políticos y económicos, al tener una meta fija en la misión de sostener, ante todo, un fuerte sentido de identidad, de participación y apoyo al arte emergente. Nos recuerdan el valor de ser auténticos, jugar con nuestras propias reglas. Firmes en sus creencias, se mantienen fuertes, se hacen cargo de defender su libertad.

La cultura institucionalizada históricamente se encontró en las antípodas de la cultura independiente. Mientras la primera se presentaba inerte, estática y pasiva, la otra lo hacía latiendo vida.

Sin embargo, un fenómeno se produjo en la ciudad que hizo al poder político dar vuelta la mirada y prestar atención a la escena alternativa local: la fuerza adquirida por la proliferación de espacios de gestores autoconvocados y el auge de públicos cada vez más amplios para este tipo de propuestas supieron entender la dinámica actual de la sociedad, donde lo diverso y heterogéneo es respetado y celebrado como parte de una integridad mayor.
En los últimos tiempos hubieron muchos debates acerca de la nueva ordenanza municipal que intenta organizar y reglamentar la cultura independiente en la ciudad, otorgando subsidios a los centros que se adecuen a las normas establecidas.
Es necesario y deseado que el Estado intervenga para proteger estos espacios ganados, pero ¿de qué manera? ¿qué se gana y qué se pierde? ¿qué pide el gobierno municipal a cambio? Que la cultura emergente autogestiva haya logrado convertirse en lo que es hoy, es mérito de quienes dia a dia, paso a paso han logrado llevar adelante sus proyectos, han conseguido crear una ciudad llena de propuestas para quienes perseguimos otras búsquedas, quienes entendemos que la cultura no es una, sino que son muchas y diversas entrelazadas, en constante evolución y sobre todo que constituyen un pilar hacia la emancipación del pensamiento hegemónico, al permitirnos crear nuestras propias ideas con libertad.
Entonces, entiendo que el rol del Estado es el de proteger, difundir y poner en valor las actividades desarrolladas por la cultura alternativa local, sin buscar con esto un rédito político del gobierno a cargo, sino más bien creando un marco propicio para que la cultura se expanda, se comparta y se nutra de experiencias enriquecedoras, con total sentido de la horizontalidad y la igualdad ante cualquier tipo de expresión artística o cultural.
También considero fundamental que desde Estado se fomenten redes que construyan puentes entre la cultura institucionalizada y la emergente. Que se abran los museos y teatros a todo aquel que tenga una propuesta interesante para presentar, y que deje de funcionar el “amiguismo” o los contactos, para que primen las ideas y la creación. Que habitemos las instituciones que nos pertenecen porque son de todos los ciudadanos.
Por último, es vital que el municipio ponga en valor a los artistas locales, que deje de mirar afuera y comience a comprender lo que está sucediendo puertas adentro, para poder crear una ciudad con identidad propia, una ciudad que cuida el producto que se gesta en su seno.
En este marco, y pensando en la gestión municipal de los próximos cuatro años me pregunto: ¿cuál es el futuro de la cultura independiente autogestiva en la ciudad?¿Cuáles son los pasos a seguir como trabajadores de la cultura?¿Cómo defender el espacio ganado, más allá del partido electo, ante cualquier circunstancia por adversa que sea?
    Se han vivido muchas experiencias que intentaron crear una red de espacios culturales para generar una fuerza mayor con intereses, ideales, búsquedas y caminos trazados hacia una misma meta: la cultura democratizada. Es necesario seguir en esta vía, ya que, a pesar de las diferencias que puedan existir hacia dentro de cada espacio, hay un objetivo común que sólo es posible conseguir en equipo.
    Son nuestros lugares, allí donde nos sentimos parte de algo más grande, donde maduramos nuestras identidades, y por eso necesitamos abrazarlos, cuidarlos y protegerlos porque allí nos sentimos libres de ser quienes deseamos, porque nos invitan a crear, a pensar y repensarnos, a dejarnos llevar, a crecer y a volar.

martes, 27 de octubre de 2015

Cultura es elegir cómo vivir

El hombre, animal que se pregunta.
Inquieto o inmóvil es fruto de sus decisiones.
Libre de acción/inacción.
            Crea pasos que lo definen.
            En ese camino de transformación,
            hay existencias que se conectan.
Se afectan.
Se definen al oponerse.
Dualidad del ser gregario.
La cultura no precede,
es acto que define al mundo
en un tiempo y un lugar determinados.


Comprometerse con la propia existencia.  
   
    No podemos pensar la cultura en solitario, por lo tanto, no podemos pensar al hombre en solitario.
Todo acto que él lleva a cabo lo hace en relación a otro que lo define y  lo transforma.
Lo que admiramos de la creación humana en el mundo, e incluso todo aquello que nos resulta aberrante, no es el producto de una persona, sino la construcción de hombres y mujeres en comunión a lo largo del tiempo.
Para poder hacerlo, hemos creado instituciones, dividido la tierra en Estados, inventado la política y los sistemas de gobierno. Nos hemos definido como ciudadanos, por pertenecer a una ciudad que construimos para tener un lugar donde habitar. Aceptamos las reglas implícitas que conlleva este juego de ser una sociedad. Lo hemos mamado de tan pequeños que nos parece natural, la única manera posible de relacionarnos ¿NATURAL?
    La cultura no es lo que nos define sino lo que nosotros hacemos para definir nuestro mundo, en un lugar y un tiempo, bajo circunstancias determinadas. Cuando comprendemos eso sabemos que todo cambio es posible, que nada está definido de ahora y para siempre. Todo se transforma. Lo que hoy es real, mañana será ocupado por otras verdades.
Así nos posicionamos como actores sociales, transformadores culturales, seres creadores y creativos. Lo que no existe depende de nosotros construirlo.
Son las posibilidades infinitas de no tener el futuro escrito.



Claromecó 2012

martes, 20 de octubre de 2015

El juego de vivir creando

Tímidas voces ocupan las butacas. Cuando las luces tenues acaban por apagarse dan paso al silencio que se adueña de cada rincón. Ese es mi más preciado instante: el alma a la espera en el fugaz abismo que divide la nada y todo lo que está por suceder.
Hace unos días, una invitación al teatro me trajo recuerdos.
El ritual del teatro comienza con una idea, durante los ensayos crece, se llena de matices. Como en una orquesta, cada integrante es una pieza indispensable del engranaje. Los textos van tomando forma al tiempo que el cuerpo de los actores se vuelve indivisible con el de sus personajes. Nace un universo con vida propia que se torna tan real como el afuera.
Cuando el fruto está maduro es tiempo de compartirlo y cada vez que esto sucede se encuentra un sabor distinto. La incapacidad del hecho teatral de repetirse en forma idéntica, es su mayor virtud. Siempre diverso,  su dinamismo en la acción es un aprendizaje constante, la evolución de un devenir imprevisible.
Mucho de lo que sucede en el teatro se asemeja al juego. Durante éste, el tiempo y el espacio toman otra dimensión, no cabe lugar para el tic-tac de las agujas en el reloj. No importa donde estemos, cualquier sitio puede transformarse en la selva, el desierto o el planeta más lejano.
Por muchos años, nuestra cultura desvalorizó el rol del juego entrada la adultez. Se lo consideró una pérdida de tiempo, el cual era preferible invertir en tareas productivas desde el punto de vista económico, en un contexto socio cultural capitalista.
Sin embargo, yo pienso que crecer jugando se nos presenta como única posibilidad de ser en plenitud, haciendo cada instante presente único e irrepetible como una escena fundamental en la obra de nuestra vida. Descubrir la magia de compartir con el otro un momento de goce y aprendizaje donde la imaginación nos transporte hacia una realidad diferente pero auténtica con nuestros deseos.
Cuando la cultura dijo prohibido jugar, se contradijo a sí misma, ya que es en esos momentos cuando más florece, emanando de su vientre las más bellas creaciones.


Recomiendo leer el libro “Free Play, la improvisación en la vida y en el arte” de  Stephen Nachmanovitch.

lunes, 12 de octubre de 2015

Mi viaje a través de la Menesunda

Mi objetivo para este blog es poner en palabras las sensaciones que voy atravesando al encontrarme con distintas expresiones culturales en mi día a día. Por lo que esta entrada no intenta oficiar de artículo periodístico, nota de opinión o reseña, sino que es tan sólo un relato de lo que viví en una ciudad, en un momento determinado.
El viaje comenzó el domingo por la mañana, salí de La Plata, donde vivo, hacia Capital para encontrarme con amigos que no veía hace tiempo y estaban de viaje por la ciudad. La alegría de verlos fue infinita, luego de abrazos y palabras del más sincero afecto, caminamos desde Diagonal Norte hacia San Telmo mientras las gotas de una fina lluvia mojaban los vidrios de mis anteojos. Durante el almuerzo conversamos de nuestras rutinas,viajes y proyectos.
Aunque ya había estado en esos lugares, todo me parecía nuevo, y vino a mi mente un pensamiento recurrente que tengo cada vez que viajo a Buenos Aires:  qué siente quién llega desde otras tierras y pisa por primera vez suelo porteño. Es una de esas cosas que nunca podré experimentar  y que por eso mismo me resulta inquietante.
Entre puestos de artesanías y antigüedades, caminamos calles de adoquines mientras se escuchaban acordes de tango y algunas voces extranjeras. Miles de Mafaldas nos decían I Love Buenos Aires, y en cada casa colonial la gente visitaba los mercados.  
Llegamos a la Avenida San Juan. Allí el Museo de Arte Moderno, un inmenso edificio que había sido sede de la fábrica de cigarrillos Piccardo, se hizo presente ante nuestros ojos. Habíamos decidido visitarlo ya que dentro se encontraba la Menesunda. ¿Qué sabía hasta entonces de ella? Era la obra más famosa de Marta Minujín, realizada junto con Rubén Santantonin en 1965, había sido montada en el Instituto Di Tella y consistía en una serie de habitaciones laberínticas donde sucedían cosas, cosas diferentes, que no sucedían en las calles ni en las casas, cosas que nos extrañaban y nos invitaban a un mundo de ensueños. A quienes estudiamos arte, se nos enseñó como un ícono del arte performático, que significó un quiebre con la tradición y la materialidad de la obra, en la búsqueda de transgredir las normas sociales de la época. La oportunidad de verla, en su reedición por el 50 aniversario, era de esas cosas que más vale aprovechar, por lo menos para vivir en carne propia la experiencia.

Hicimos la cola y conseguimos entradas para la visita de las 18hs., por lo que nos quedó algún tiempo para recorrer las otras salas del museo y caminar el barrio. Entre las casas, junto a la Iglesia Nuestra Señora de Belén Parroquia de San Pedro Telmo, encontramos el Museo de Música Popular Latinoamericana Mercedes Sosa. No dudamos en conocerlo. La entrada se abría a una galería con arcadas de ladrillo que daba a un gran patio desde el cual se podía ver la torre y la cúpula de la iglesia. Mientras sacabamos fotos de la arquitectura, comenzamos a escuchar una música inconfundible, sonidos del caribe nos invitaban a adentrarnos en el edificio.
La Colmenita, una compañía artística infantil de Cuba en Argentina, celebraba el aniversario de la independencia cubana. Una decena de niños vestidos con ropas típicas habían compartido junto con los músicos y el público una tarde en honor a su patria lejana. Nosotros, que habíamos llegado sin invitación, por esas casualidades no tan casuales, de pronto nos encontrábamos escuchando a una mujer que con palabras de amor a sus dos tierras, nos avivó el deseo de una latinoamérica grande.
Pronto se hizo la hora de volver al museo, para vivir la experiencia que medio siglo antes habían transitado hombres de traje y mujeres con spray en el pelo. Mientras esperábamos para entrar nos preguntábamos si tanto tiempo después, La Menesunda seguiría provocando el efecto sorpresa en el espectador.

Internarse en ella fue una vivencia solitaria, ya que se podía acceder de a una persona a la vez. Pasé, antes que mis amigos, a través de un acrílico que tenía una silueta calada, seguí las instrucciones y subí una pequeña escalera, al pisar el último escalón y subir la mirada me encontré con mi reflejo en blanco y negro en un televisor de la época, a su lado le seguían otros tantos con distintas imágenes. Seguí el camino indicado y una pareja recostada plácidamente en la cama me incomodó ante la cercanía de una intimidad de la que yo me sentía ajena. Mi paso por esa habitación fue fugaz, en un instante me encontraba envuelta en luces de neón de todas formas y colores. Fascinante estímulo visual, permanecí un tiempo allí, tomé algunas fotografías.

Continué bajando una escalera, ví dos mujeres vestidas con uniforme en un espacio que parecía hecho de chicle sabor tutti-frutti en cuyas paredes había pegados lápices de labios, cremas y maquillajes, entre otros productos de uso femenino. Las  saludé, y me invitaron a subir un banco y mirar a través de un hueco en la pared. Hice caso a las indicaciones y descubrí una cabeza de mujer del tamaño de una persona de pie, que parecía hecha de papel.


Algo desconcertada, entré en una estructura cilíndrica enrejada revestida de un incontable número de retazos de tela rojas, amarillas y azules. Miré todo mi alrededor, me gustaba el efecto de tensión generado por el entramado de las telas, pero de un momento a otro comencé a inquietarme ya que no encontraba la salida. Toqué la jaula buscando cómo escapar de ella y descubrí que era móvil y tenía una abertura que me llevó a un pasillo de algodón y piso blando, sentía estar dentro de una nube.


Una puerta me indicó que debía entrar a la próxima habitación. Todo estaba oscuro. Frente a mí botones con números que simulaban el disco de los antiguos teléfonos y en el centro un cartel que indicaba “Oprima el número de salida” mientras la voz de una operadora indicaba una hora precisa. No entendía cómo salir de este acertijo, presionaba los números que me dictaba la operadora pero nada parecía suceder. Me preguntaba qué era lo que estaba haciendo mal que no me permitía acceder a la siguiente prueba. Ya había intentado con cada número y sus combinaciones posibles, sin más que hacer, decidí probar y empujar la puerta que se abrió instantáneamente. A veces la lógica y la razón nos juegan una mala pasada.
Ya casi terminando el recorrido, encontré mi lugar favorito de todo el circuito. La puerta de una heladera Siam de un metro de largo abría paso a la experiencia sensorial más original de toda la obra. El blanco era intenso, el frío se podía sentir entrando a los pulmones. Una atmósfera de hermetismo y soledad hacían que el cuerpo se sintiera extrañado.

Para finalizar la travesía, en el último cuarto me reuní con otras personas que jugaban con papel picado derramado por el suelo, rodeados de paredes de espejos, en el centro había una cabina transparente. Al entrar en ella, las luces se apagaban y varios ventiladores comenzaban a funcionar moviendo los papeles por el aire. Fue un momento lúdico, donde los visitantes se reencontraban para tomar fotos y comentar su experiencia.  

Una vez fuera, me sentí feliz. Había sido un viaje fugaz por espacios imposibles, realidades múltiples, pasadizos al encuentro de lo inesperado. Los sentidos habían estado en estímulo permanente y todo me había parecido un gran juego. Seguramente el impacto provocado en 1965 no era el mismo que en este milenio, pero sin duda, cuando de adentrarse en nuevos mundos se trata, la inquietud del hombre por descubrirlos sigue intacta y la capacidad de asombro está siempre a la espera.
Me despedí de mis compañeros para tomar el colectivo de regreso, pensando en lo vivido esa tarde, cada calle, cada lugar, cada persona, tenían tanto para contarme. La cultura había estado viva a cada minuto, en cada esquina. Vino a mí la imagen de  Buenos Aires como una gran Menesunda, asombrosa, imponente e imprevista, esperando ser redescubierta por sus transeúntes a cada instante.  

Un día

Cuando todo parecía perdido,
y los pronósticos anunciaban destrucción masiva,
el odio intentaba colarse entre las heridas
liberando toxinas de miedo.


La ignorancia invadía las conciencias,
en forma de violentos remolinos,
cobrándose con vidas su andar atropellado.


El silencio se adueñó del aire,
y fue entonces cuando ya nada se percibió
de lo que había sido iluminado por generaciones.


Pero hubo un amanecer en que,
donde todo parecía dormido,
ciertos hombres y mujeres abrieron sus ojos,
descubriendo entre las llagas de la tierra,
el brote de una semilla.


A partir de entonces,
cada día se convertiría en experiencia de cambio.
Pasionarias derribarían nuestros muros.
Nos detendríamos un instante
al encuentro de una mirada transparente,
reflejo de la esencia de todas las cosas.



Copacabana, Bolivia 2014

viernes, 9 de octubre de 2015

Lo que somos

Habito un espacio, una porción de aire y suelo.
Me habitan sonidos, imágenes, aromas.
La creación llega a mi a través de mis sentidos.
La descubro, la tomo, la resignifico.
Se alía con el pasado,
raíces forjadas por otros hombres y mujeres.
Ejilo. Investigo. Miro al presente.
Vuelvo a mi asombro primigenio.
En ese viaje, doy vuelta la mirada.
Hay otros, mis otros, mis demás, nunca de menos.
Han andado un camino,
han habitado un espacio,
lo hacen y lo seguirán haciendo.
Pero al descubrir la creación con sus sentidos,
al coaptarla con su pasado,
eligen, investigan y miran al presente
creando un todo diferente al mío.
Múltiples miradas, innumerables caminos.
Transforman lo que fuimos y  lo que somos,
vislumbran lo que seremos.
La fuerza creadora nos envuelve,
somos parte de un entramado
que nos comprende y nos trasciende.
Somos la cultura viva en cada bocanada de aire.