miércoles, 1 de febrero de 2017

Orillas

Una roca parece indestructible, sin embargo, el tiempo la transforma en arena. Mientras tanto el viento y el mar a su alrededor, siempre esquivos y cambiantes, permanecen eternos, son absolutamente verdaderos. Igual sucede con los actos razonables y con las intuiciones. Los primeros son apariencias, las segundas son esencias.

Si todo es un ciclo y en mi semilla está el germen de lo nuevo, y todo lo que muere nace, todo lo que nace muere, mi vida no es mía, es un ejemplar de un sistema eterno.
No somos ídolos ni ejemplos, no somos héroes o villanos. Somos el reflejo de miles de años, del espíritu y la carne, de los sonidos y los encantos. Somos la conciencia colectiva y los conocimientos que no nos pertenecen y sin embargo son nuestros.

Un humano, un jaguar o un maguey no tienen nombre, principio ni fin. Son el eterno circundante, son la totalidad y sus partes diferenciales.

Nada que logremos podemos hacerlo solos. Formamos parte de un engranaje que hace al descubridor estar en ese lugar, a esa hora determinada, con ese tiempo disponible.

Es por eso que debemos agradecernos a nosotros mismos, pero más que nada al universo todo por aquello que hemos conseguido, porque implicó un aprendizaje colectivo, aquel que configura nuestra realidad presente y el que nos permitirá construir el futuro.