miércoles, 27 de abril de 2016

Repensar la ciudad como paradigma de comunidad.


“El hombre que viaja y no conoce todavía la ciudad que le espera al cabo del
camino, se pregunta cómo será el palacio real, el cuartel, el molino, el teatro, el bazar.
En cada ciudad del imperio cada edificio es diferente y está dispuesto en un orden
distinto; pero apenas el forastero llega a la ciudad desconocida y echa la mirada
sobre aquel racimo de pagodas y desvanes y cuchitriles, siguiendo la maraña de
canales, huertos, basurales, de pronto distingue cuáles son los palacios de los
príncipes, cuáles los templos de los grandes sacerdotes, la posada, la prisión, el barrio
de los lupanares. Así --dice alguien-- se confirma la hipótesis de que cada hombre
lleva en la mente una ciudad hecha sólo de diferencias, una ciudad sin figuras y sin
forma, y las ciudades particulares la rellenan.
No así en Zoe. En cada lugar de esta ciudad se podría sucesivamente dormir,
fabricar arneses, cocinar, acumular monedas de oro, desvestirse, reinar, vender,
interrogar oráculos. Cualquier techo piramidal podría cubrir tanto el lazareto de los
leprosos como las termas de las odaliscas. El viajero da vueltas y vueltas y no tiene
sino dudas: como no consigue distinguir los puntos de la ciudad, aun los puntos que
están claros en su mente se le mezclan. Deduce esto: si la existencia en todos sus
momentos es toda ella misma, la ciudad de Zoe es el lugar de la existencia
indivisible. ¿Pero por qué, entonces, la ciudad? ¿Qué línea separa el dentro del fuera,
el estruendo de las ruedas del aullido de los lobos?”


Las ciudades y los signos 3.
Ítalo Calvino- Las ciudades Invisibles.


Hace algunos días La Plata fue huésped de las 3ª Jornadas Latinoamericanas de Patrimonio y Desarrollo, organizadas por el Comité Argentino de ICOMOS, la Facultad de Arquitectura y Diseño de la UCALP y el Colegio de Arquitectos Distrito I, con el auspicio de la Fundación Ciudad de La Plata, la Cámara de Turismo Regional La Plata y UNESCO.




Entre los asistentes a los encuentros, que se sucedieron por espacio de cuatro días, hubo arquitectos, sociólogos, antropólogos, expertos en patrimonio y urbanismo, y en una pequeña proporción nos encontrábamos nosotros, los gestores culturales.
Pero antes que nada, todos éramos habitantes.
Todos nosotros habitábamos una ciudad.
Éramos ciudadanos.
Si había algo por lo que estábamos allí era por eso.


Las jornadas nos proponían desandar viejos conceptos, desnaturalizar ciertas concepciones sobre el significado de patrimonio cultural y buscar nuevas estrategias para su tutela de manera tal que el mismo fuera apropiado por la sociedad, revitalizado y fundamentalmente vivido, logrando así mantener su desarrollo de forma sustentable.




Público en las disertaciones del Edificio Anexo del Senado de la Provincia.


Surgieron las primeras preguntas: ¿Qué es el patrimonio? ¿Quién determina a qué llamamos patrimonio? ¿Para qué sirve? ¿Por qué es importante protegerlo?
Podríamos haber hallado tantas respuestas como hombres y mujeres hay en la Tierra. Pero allí tratabamos de encontrar espacios comunes, acuerdos y divergencias que nos ayudaran a resignificar concepciones caducas para alcanzar una nueva frontera en la que la humanidad se sintiera representada de un modo inclusivo para que el patrimonio fuera finalmente reconocido en su dimensión más amplia, totalizadora.
La memoria, la identidad y el presente de todos.


De todos los puntos que se trabajaron en los distintos encuentros, en el siguiente artículo voy a centrar mi atención en dos disertaciones que me hicieron repensar la ciudad como un organismo vivo, constructor de su propia subjetividad.

En la ceremonia inaugural, las palabras del sociólogo catalán Jordi Borja quedaron resonando en mi mente.
Jordi Borja Sebastià es profesor emérito y Presidente del Comité Académico de los programas de posgrado de Ciudad y Urbanismo de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), Presidente del Observatorio DESC (derechos económicos, sociales y culturales), Doctor en Geografía e Historia por la Universidad de Barcelona y Geógrafo urbanista por la Université de Paris-Sorbonne. Ha ocupado cargos directivos en el Ayuntamiento de Barcelona y participado en la elaboración de planes y proyectos de desarrollo urbano de varias ciudades europeas y latinoamericanas.
Así es, Jordi nunca se ha quedado quieto, y eso es, para mí, indicio de que vale la pena escucharlo, ya que él mismo ha visto y escuchado mucho. Confieso que tengo una inclinación por las personas que poseen un inexplicable afán por aprender, puede que devenga de mi identificación con los aprendices crónicos.
En su conferencia explicó cómo el patrimonio fue desde siempre definido por las instituciones de poder y utilizado muchas veces como ostentación del mismo (podemos pensar en las grandes catedrales de la Iglesia Católica, los palacios de la nobleza o los rascacielos de la burguesía). El problema, según lo explicó el sociólogo, es que este es un hecho que hemos naturalizado, olvidando la existencia de otra memoria, aquella que da cuenta del patrimonio social. Patrimonio que es testimonio físico y simbólico de las gestas populares. Los barrios obreros en las grandes urbes que fueron construidos por sus propios habitantes vieron nacer las más diversas y ricas manifestaciones artísticas y culturales. Resulta imprescindible entonces revalorizar el capital social acumulado de cada región de cara a la globalización cultural, pensándolo no en términos de competencia, sino de cooperación, poniendo las capacidades de cada territorio al servicio de las distintas realidades.
Si consideramos a la ciudad como un proceso dinámico, donde el mayor valor es el sociocultural, es importante que las clases populares (las más grandes en número y por tanto las mayoritarias) se sientan orgullosas de sus gestas. Para Borja es primordial no segmentar la realidad. Las huellas del pasado se manifiestan en las calles, forman parte de la memoria colectiva. El espacio público es el espacio del conflicto, donde se expresa la democracia y se manifiesta el contrapoder. Es por ello que desde las instituciones de poder se lo intenta mantener al margen del patrimonio oficial, puesto que se desea invisibilizar las desigualdades que toda estructura de poder genera. Para construir un mundo mejor, concluyó el catalán, debemos generar espacio público para que el patrimonio sea visible para la ciudadanía. En este contexto, preservar el patrimonio industrial como marca de la identidad de un territorio es vital para que no haya ciudades todas iguales sino ciudades significantes. 

Otra que llamó mi atención fue la disertación de la arquitecta Silvia Fajre. Graduada de la carrera de arquitectura en la UNT, y Planificadora física, urbana y regional por la UBA, Silvia se especializó en Administración Local y Desarrollo Urbano en el Instituto de Administración Local de Madrid. Es profesora titular de la Maestría de Especialización de Planificación Urbana y Regional de la FADU, Ex- Subsecretaria de Planeamiento Urbano, Ex- Subsecretaria de Patrimonio Cultural de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires y Ex- Ministra de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.
En su exposición durante las jornadas, definió a las ciudades como organismos dinámicos, escenarios del intercambio cultural. Pero advirtió de un proceso que se está desarrollando en los centros urbanos actuales: un fenómeno de suburbanización que genera cascos urbanos compactos y vacíos por un lado y el incremento de residencias periféricas por el otro.
El hecho de sólo habitar la ciudad durante la jornada laboral para luego escapar al suburbio, está modificando nuestra interrelación como comunidad, a esto Fajre lo define como la pérdida del hábitat, del sentido de pertenencia que genera identidad. La falta de objetivos comunes y de interacción con el otro acaba con un individuo disociado, fragmentado, solitario y desvalido. Para poder paliar esta situación, la arquitecta propone abrir el juego a la gestión participativa, pensar en el derecho colectivo antes que en el individual, acompañar procesos en vez de ganar batallas, jugar para pensar mejor.
Imaginar una ciudad para el habitante, para sentir que al volver retornamos al hogar.


De regreso a casa, luego de escuchar, aprender y cuestionar, comencé a preguntarme, ¿cuál es el patrimonio de mi ciudad? ¿qué la hace única para mí? ¿en qué basa su subjetividad, su significado? Me pregunté tanto que empecé a perder el sentido, ¿si el patrimonio es relativo, cómo puedo cuidarlo? La percepción del patrimonio nunca va a ser igual para mi que para el otro. ¿Cómo ponernos de acuerdo? ¿qué es valorable? ¿cómo definir si una expresión de la cultura es más importante o debe prevalecer frente a otra?



Disertación del Arq. Rubén Pesci "La Plata, paisaje cultural"


La respuesta que encontré fue una sola, debemos repensar la ciudad como paradigma de comunidad. Dejar las individualidades para comenzar a sentirnos parte integrante de un conjunto. Volver a habitar la ciudad con una dinámica comunitaria. Considerarla viva. Poner en valor sus singularidades olvidadas, los pequeños o grandes detalles que la vuelven significante para quienes la habitamos.
Humanizar la ciudad, recuperar sus espacios públicos comunes, comprenderla en su dimensión cultural y natural, como un organismo interactuando en un paisaje.

El mayor patrimonio de una ciudad son sus habitantes, son los constructores de su identidad. Por eso es esencial escucharnos, conocer nuestras historias, nuestros vínculos con los espacios que transitamos, nuestras calles, nuestros barrios. Los caminos que recorremos a diario, a quienes encontramos. No queremos ciudades museo, queremos experiencias que nos complementen, que nos enriquezcan, queremos compartir con el otro, discutir y a veces estar en desacuerdo, queremos vivir la ciudad. Pero ¿por qué muchos nos escapamos de ella? La ciudad nos da vida y al mismo tiempo nos ahoga. Nos libera y nos oprime. Nos humaniza y nos aliena. Nos subjetiviza y nos objetiviza al mismo tiempo.




Taller Urbano en Meridiano V.

¿Somos personas o estadísticas para ella? ¿Cómo sentirme identificado con una ciudad que no me ve? ¿Cómo sentirme parte de una ciudad que me excluye?¿Cómo desear proteger algo que me es ajeno?
Sólo cambiando nuestros paradigmas, re-aprendiendo a vivir en comunidad, revalorizando el bien común por sobre las aspiraciones personales, reencontrándonos con el otro para co-crear un nuevo espacio de intercambio enriquecedor y superador de las dicotomías. Comprendiendo que una ciudad se conforma de culturas plurales y diversas, que pueden coexistir en armonía, o al menos podemos intentarlo. Ponernos primero en el lugar del otro, intentar entender sus necesidades, sus inquietudes y propósitos. Trabajar desde la cooperación es la forma de revitalizar el patrimonio, vivo en la realidad de todos los habitantes de la ciudad. Así será un patrimonio sustentable en el tiempo, porque coincidirá con los valores de quienes lo apropian.




Meridiano V.

viernes, 8 de abril de 2016

El Museo Sívori y el reflejo de la historia.

Vivimos una experiencia.  Damos paso a un sinfín de preguntas.  Encontramos puntos de contacto, historias, recorridos, pasados. VÉRTICES.
Nos escabullimos a través del tiempo y, como en un libro, las  frases, lugares y circunstancias nos invitan a descubrir aquello que encierra un círculo perfecto.

¿Qué es un museo?
El Consejo Internacional de Museos (ICOM)  define la palabra museo como “...una institución permanente, sin fines de lucro, al servicio de la sociedad y abierta al público, que adquiere, conserva, estudia, expone y difunde el patrimonio material e inmaterial de la humanidad con fines de estudio, educación y recreo.”

Era un sábado de Gloria lluvioso, húmedo e inestable, testigo de un otoño que se había instalado de forma permanente. Por primera vez después de muchos años la semana santa me encontraba en casa. En mi tercer día dando tregua a la rutina, y con ganas de ver algo nuevo, entré a internet y busqué la oferta cultural de la agenda porteña. Encontré el nombre de un museo que aún no conocía: el Museo  de Artes Plásticas Eduardo Sívori.
En la página del Gobierno de la Ciudad decía que se trataba de una de las 130 instituciones públicas y privadas de la Red de Museos Porteños. Su patrimonio, constituido por las obras del Salón de Pintura, Escultura y Grabado, compras y donaciones, contaba con más de 4000 piezas de distintas disciplinas que recorrían el arte plástico argentino desde mitad del S XIX hasta la actualidad y que se exhibían en exposiciones temporarias junto a obras de artistas contemporáneos que no formaban parte de la colección. También indicaba que  estaba ubicado dentro del Parque Tres de Febrero frente al lago del Rosedal en Palermo. 
 
Vista del Museo Sívori desde el Lago. 
 
Su descripción me resultó tentadora y decidí  conocerlo. Más tarde supe que, si bien era el museo más antiguo de la ciudad, no siempre había existido allí ni llevado ese nombre.

 
Frente del museo sobre la Av. Infanta Isabel.


Al penetrar en  su mundo encontré dos historias diferentes convergiendo en un mismo presente. Una era la del museo, otra la del lugar que lo albergaba.

Nacido bajo el nombre de Museo Municipal de Bellas Artes, Artes Aplicadas y Anexo de Artes Comparadas en el año 1938 y con sede en las dependencias del Concejo Deliberante, el museo había sido concebido con el fin de albergar  las obras adquisición de los salones naciones. Fue rebautizado en 1946 con su nombre actual en honor al pintor argentino Eduardo Sívori, impulsor de la creación de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes y  autor de “El despertar de la criada”,  una de las obras más importantes de la historia del arte argentino, aunque impregnada de un extranjero realismo francés. 

 Sala del museo. Exposición colectiva "Poéticas Divergentes" 
(Adelante la obra s/t de Silvio Fischbein de la serie "Todos, Igual". Detrás del artista Guillermo Mac Loughlin "Bitácora I") 


    Durante 1976 y 1977 fue fusionado con el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, bajo el nombre de Museo Municipal de Artes Visuales. En 1980 pasó a depender del Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires, hasta que a fines de 1982 recuperó su autonomía.
    Además de los cambios identitarios, el museo  también debió afrontar un destino ambulante. En 1952 fue trasladado desde su sede original hacia la  Avenida Del Libertador donde funciona actualmente el Museo José Hernández. Luego, en 1955 fue reinstalado en un predio de la calle Paraguay de donde fue desalojado en 1961 con motivo de la realización de un nuevo trazado de la Avenida 9 de Julio. A partir de ese entonces conoció distintos locales transitorios hasta que en 1995 obtuvo su propia sede en la Avenida Infanta Isabel en Palermo. Pero, ¿qué había sido ese lugar antes? ¿Por qué este espacio se transformaría en su morada definitiva? ¿Cuál era el punto de encuentro, el kilómetro 0 en  la intersección que los había encontrado?

Jardín del museo al cual se puede acceder desde las salas o desde la confitería. 

Para comprender cómo había llegado hasta aquí, debí desandar muchos años, hacía un tiempo en el que ese mismo suelo lucía muy distinto.

Hacia el año 1836, Juan Manuel de Rosas, quien ejercía el gobierno de la provincia de Buenos Aires por segunda vez, había decidido adquirir gran cantidad de tierras alejadas del centro de la ciudad en el área conocida como “los bañados de Palermo” con el fin de construir allí su residencia. Su ambicioso proyecto incluía la construcción de una gran casona con sus respectivas dependencias y un estanque artificial con su propio canal.
Tras años de enfrentamientos y revueltas en medio de una guerra civil que había dividido al país, el máximo caudillo federal fue derrocado en la Batalla de Caseros  en 1852, y sus terrenos fueron confiscados y expropiados. Durante el gobierno del presidente Domingo Faustino Sarmiento se  sancionó la Ley Nacional Nº658 para la creación de un parque público allí y el 11 de Febrero de 1875 se inauguró bajo el nombre “Parque 3 de Febrero” conmemorando la fecha en que se había librado aquella batalla.
El encargado del diseño del paseo  fue el paisajista francés Carlos Thays. En 1900 se inauguró el monumento a Sarmiento encargado al padre de la escultura moderna Auguste Rodin. El marcado gusto por el arte y la cultura europea también se reflejó en la construcción de un jardín de rosas en 1914, obra del ingeniero agrónomo Benito Carrasco con más de 14.000 rosales de 1.189 variedades diferentes en donde se emplazó una pérgola de estilo griego en combinación con el puente del lago artificial. Llegando la década del ‘30,  la ciudad de Sevilla donó al Rosedal un patio andaluz conformado por una pérgola, una glorieta y una fuente de mayólicas.

 
 El Rosedal 

Poco a poco, este paisaje cultural fue tomando forma: una amalgama de estilos que aún hoy revela mucho más de lo que a simple vista podríamos percibir: una visión del mundo, del  hombre dominando  una naturaleza apacible. El triunfo de la razón. Lo armonía de lo bello. El idealismo liberal del espíritu burgués.
Y  allí, frente al lago del Rosedal, atravesando la Avenida Infanta Isabel un edificio también guardaba una historia.  Había sido originalmente el  tambo de la quinta de Juan Manuel de Rosas. Testigo de más de 170 años de historia, en los años ‘20 había funcionado como la confitería el  “Hostal del Ciervo” en referencia a una escultura cercana del francés George Gardet.
Es curioso cómo el devenir modificó su destino y  al llegar el  fin de siglo se convirtió  en el  recinto de una de las colecciones más importantes del arte académico argentino, institución que adhiere a la promoción de los mismos valores simbólicos con los que fue concebido el Parque 3 de Febrero. Todos ellos bienes culturales que,  lejos de estimular la creación local con su estética particular, se distinguieron por fijar la mirada en un horizonte extranjero, copiando modelos ajenos como la única expresión valedera, manifestación de una verdad incuestionable.





Desandar este relato hizo re-preguntarme
¿qué es un museo?
¿Es su historia, el edificio en el que funciona, el patrimonio de bienes culturales que posee, el nombre que lo identifica, el entorno en el se emplaza?
¿O son, acaso,  los valores que en su conjunto promulga?
Tal vez sea todo eso ocurriendo al mismo tiempo frente a la experiencia de cada nuevo visitante. 




Datos útiles para visitar el Museo Eduardo Sívori:

Dirección:

Av. Infanta Isabel 555 (C1268ACK) - frente al puente del Rosedal - Parque Tres de Febrero

Horario:
Martes a viernes de 12 a 20 hs. Sábados, domingos y feriados de 10 a 20 hs. Lunes cerrado.
Entrada:
General: $10. Miércoles y viernes gratis.
Bono contribución: $25.
Mail:
info_museosivori@buenosaires.gob.ar
Teléfonos:
(+54 011) 4774-9452 / 4772-5628 / 4778-3899






domingo, 3 de abril de 2016

Creativo según Leo

Conocer a Leo fue una de esas cosas que simplemente tenían que pasar. En nuestro breve pero hermoso encuentro me regaló su guía en la búsqueda creativa.


Creativo según Pablo



Pablo nos invita a ser más creativos dejándonos llevar, abrazando el cambio.