lunes, 6 de junio de 2016

Universos Paralelos

Hace unos meses, mientras visitaba el Museo Sívori en el Rosedal de Palermo, conocí a la artista plástica Ivonne Jacob quien estaba presentando junto a un grupo de colegas la exposición “Poéticas Divergentes”. Mientras tomaba fotografías de las obras, se acercó a mí y se presentó. Hablamos acerca de la muestra, le comenté que tenía un blog donde relataba mis experiencias en torno a la cultura y ella me contó que en mayo se iban a presentar en La Plata y que estaba más que invitada a la inauguración.
Pasó el tiempo y meses después supe que su muestra estaría enmarcada en los actos de reinauguración de las salas de los museos municipales MACLA y MUMART, que habían permanecido cerradas por refacciones durante seis meses aproximadamente.
La cita fue un viernes. Al caer el sol el Pasaje Dardo Rocha se bañó del fulgor de las luces de cañones que iluminaban todo a su alrededor, incluso los banners que cubrían los esqueletos de andamios en los que se leía la leyenda “La Plata, ciudad cultural”. Una leve sonrisa apareció en mi rostro al pensar: “¿una ciudad cultural? ¿Cómo serían entonces las demás ciudades?” Decir ciudad cultural me resultaba tan redundante como decir naturaleza natural. 


EL Pasaje Dardo Rocha en la re-inauguración de las salas del MUMART y el MACLA

Solemos identificar a La Plata como una ciudad llena de cultura, pero ¿cuál es la ciudad vacía de ésta? ¿Acaso no todas las ciudades tienen sus rituales, sus costumbres, sus fiestas? ¿no viven en las ciudades personas que crean su mundo, su dia a dia, que ponen color a las calles, que las llenan o las vacían, que construyen sus mitos urbanos, que conocen cada rincón llenándolos de recuerdos, de anécdotas, que han inventado nombres para sus habitantes, y que sostienen que cosas como las que suceden allí no suceden en ningún otro lugar?
Nombrar a mi ciudad una “ciudad cultural” me dejaba la sensación de pervivencia de la noción de cultura como pensamiento intelectual o artístico, a pesar de los esfuerzos de la antropología por repensar lo cultural como toda práctica humana de transformación de la naturaleza donde el hombre es considerado un animal simbólico, en su doble dimensión biológico-cultural.
La cultura guarda, tal como lo dijo el filósofo francés Anne Robert Jaques Turgot, el “tesoro de signos”, es decir el lenguaje, las imágenes materializadas en relatos, íconos, gestos, que aluden a metáforas, símbolos, que se atesoran porque los grupos sociales le asignan un valor, un sentido y una necesidad de preservarlos. Es un todo complejo que comprende las artes, pero también las creencias, los mitos, los tabúes, los ritos, las ideas, los cantos, y hasta las formas de cocinar y comer, los chistes populares, y las canciones de las barras. Y por mucho que estemos de acuerdo en que la cultura es mucho más amplia que los acontecimientos artísticos, seguimos pensando en ellos cuando oímos las palabras centro cultural.
Al igual que sucede en las calles y los barrios, en los clubes y negocios, al recorrer espacios vinculados al arte, estamos en presencia de un hecho que emerge de la cultura. En cada uno de estos sitios podemos percibir la impronta de una identidad, imaginar qué personas transitan sus rincones, las conversaciones que comparten, los libros que leen y las películas que miran. Podemos, incluso, llegar a imaginar con qué ideales políticos comulgan (porque hasta los más “apolíticos” los tienen).
Podría pensar entonces que, en cuanto al arte se refiere, no sólo el hecho artístico determina la identidad del evento, sino el lugar donde se lleva a cabo, desde el territorio y la población hasta la calidad de la bienvenida, en síntesis: su cultura.  ¿Cuál es la razón por la que las personas eligen estar allí?
Durante la re-inauguración de los museos, me puse a observar el lugar donde me encontraba, sumergida en la inmensidad de un espacio poco acogedor, inabarcable y lejano.
Lo que era de todos parecía ser de nadie, lo transitábamos sin habitarlo, sin dejar huella. Como extranjeros de una tierra próxima lejana, al cruzar la puerta de entrada arribábamos a un país de nadie, a un rostro sin rasgos, de mirada pálida y asépticamente irreal, desconectado de un afuera caótico, estimulador de  sentidos y, me atrevo a decir, con mucho más arte.  
La sacralización del museo como el templo donde el “arte” sucede se me representó como un hecho añejo, con olor a rancio.¿Tiene sentido en este momento de la humanidad la existencia de lugares que nos impiden interactuar con las obras, con los artistas que habitan detrás de las imágenes y los sonido, que nos alejan del mundo que reflejan a través de su arte?
El arte es producto, comprensión y análisis de la cultura, pero es también actor, impulsor de nuevas realidades, pensamientos, paradigmas, nuevos modelos socioculturales, por eso debe ser vivo y vivido, debe estar en el presente cotidiano y ser una más de las tantas expresiones que nos constituyen como sociedad, sin el velo de inmaculada divinidad ajena.
Tal es así que la práctica artística misma es la que tiene en sus manos el deber de reconocer que detrás de cada charla, cada gesto, cada forma de vida, se encuentra el espíritu humano. Es por ello que creo que exaltar y revitalizar los encuentros entre las personas es la tarea principal de los centros culturales, que surgidos de necesidades reales, de ansias de comunicar un mensaje, brindan a la comunidad la posibilidad de generar nuevas ideas, a través de distintos lenguajes, para alcanzar nuevas conquistas, de-construyendo y construyendo nuevos caminos.
La misma noche de la reinauguración de los museos, solo que unas horas más tarde, me encontré con una amiga en C’est la Vie, uno de los centros culturales autogestionados emblema de la ciudad. Desde la caminata que nos llevó a su vereda, mi cuerpo ya se sintió diferente. Más cómodo y liviano. La casa se fundía orgánicamente con el paisaje. Pensé qué bien me hacía sentir el olor a barrio, a árbol y adoquines. No había grandes luces, pero supe que a veces vemos mejor en la penumbra. Dentro de puertas pequeñas, las paredes hablan. La intención se vuelve nítida. Los otros y yo somos nosotros.
Los lazos del compartir resurgieron como si nunca los hubiéramos perdido y tuve la certeza de que todo era sencillamente simple. Alguien se acercó y conversamos un largo tiempo, al menos así me pareció. Gestos amigables bañaban los rincones de aire joven. Todo era cálido, cercano, natural.  

Luces de C'est la Vie

Luces del MUMART

Tuve una de mis evidentes epifanías simples: circulan en mi ciudad universos paralelos. Universos que se rozan sin mirarse, que repiten la eterna y tal vez inevitable dicotomía entre cultura y contracultura. Pero, ¿por qué los espacios municipales nunca son nuestros? ¿Cuándo darán la vuelta y mirarán todo eso sucediendo a su alrededor? ¿Cuándo serán espacios colaborativos al servicio de la cultura regional emergente, y dejarán de importar modelos de Buenos Aires? Acá pasan cosas, todo el tiempo están naciendo ideas con identidad propia, con alma platense. 

Pasaje Dardo Rocha

C'est la Vie

La Plata es una ciudad cultural, pero no sólo por ser siembra de artistas geniales. Es cultural por sus luchas, sus movimientos sociales, sus encuentros espontáneos, su espíritu libre. Deseo para el futuro que el municipio se haga eco de esa frase y que no sólo la utilice como parte de un eslogan.

Leo Gauna en MUMART, encontrando universos

Leo Gauna en C'est la Vie, encontrando universos


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